sábado, 11 de mayo de 2013

"Esta mañana desperté en medio de un sueño divertídísimo, abría los ojos al tiempo que soltaba una carcajada"

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"Ésta mañana desperté en medio de un sueño divertidísimo, abría los ojos al tiempo que soltaba una carcajada", le dije a El Viejo mientras recogíamos las cosas del campamento. No dijo nada y seguí hablando. "Ahora no recuerdo de qué trataba el sueño, me deprime pensar en las cosas que nos hicieron felices y no podemos recordar". No dijo nada, me callé. Seguimos andando por el terreno rocoso, en el cielo ya se empezaban a ver los primero brotes del atardecer, el suelo ya no calentaba como antes y podíamos ir descalzos para estar más frescos. Trepamos unas cuantas rocas grandes y nos sentamos un rato en la más alta para ver el juego de colores que se tendía en el cielo. El Viejo empezó a contar una historia.
"Habré tenido unos 17 años y cursaba la preparatoria, moría por un carro. Jaime Calzar tenía uno que su papá le había heredado antes de marcharse con su amante, que resultaba ser una maestra del colegio. Recuerdo que me latía una de las chicas del salón de junto y siempre la veía caminar cuando salíamos al terminar la jornada.  Siempre pensaba que uno de esos días la  iba a acompañar. Claro que muchas cosas evitaban que lo hiciera como que mi hermana iba por mí saliendo del trabajo y le quedaba de paso y ella vivía mucho más lejos de mi rumbo. Así que  una de las soluciones que se me ocurrían era tener un carro para llevarla y todo eso. Claro que era un chaval sin pensamiento cuerdo, era demasiado tonto en esas fechas. Bueno, pues Jaime tuvo un coche y durante una temporada la llevaba a su casa. Era una chica de esas que te le podrías quedar mirando toda una clase entera o que al entrar en una habitación se sentía diferente la atmósfera. Era especial. Sabía que Jaime era un jugador y un fantoche y sólo presumía su coche con ella, me sentí enfadado conmigo mismo por creer que ella caería en sus artimañas... pero al final cayó".
El Viejo hizo una pausa muy prolongada. Lo conocía bastante como para saber que ahí no había terminado su anécdota, que faltaba su conclusión. El Viejo nunca decía nada con lo que no pudiera concluir algo, tal vez por eso no me seguía la conversación a menudo, sólo se quedaba callado.
Me levanté y tomé mis cosas para hacerle entender que se nos hacía tarde y teníamos que seguir avanzando. "Siempre se le acusa a uno de querer hacerse la víctima, pero muchas veces sí lo somos. Las verdaderas víctimas son los honestos, pues viven en un mundo lleno de farsantes. La gente no se da cuenta pero el miedo a la muerte no es el más profundo que pueden sentir. Hay uno mucho más común, que se vive a cada instante con mayor intensidad y presencia". Él seguía viendo el atardecer, me detuve en mi descenso para escucharlo mejor. "La gente tiene un miedo tremendo a parecer un imbécil. Por eso se la viven fingiendo todo el tiempo, y la persona que desea ser honesta a pesar de lo que pueda parecerle a los demás se le aplasta sin píedad y en el fondo es una envidia de que ellos no pueden ser libres de su miedo."
 Había empezado a bajar la roca también, cuando estuvo cerca le alcancé  a decir que si fuera un miedo tan común el mundo no estaría tan repleto de cabrones como él lo pintaba. Eso para mí no sonaba como un miedo sino como un sentimiento de competencia de querer probar que hay alguien mejor, como Jaime con su carro, pero creo que estaba equivocado. "Hay tanto cabrón al mismo tiempo que hay tanto suicida, y aún así  la muerte es el miedo más común de todos" me dijo al mismo tiempo que se sostenía de mi hombro para bajar; "sé honesto todo el tiempo, no tengas miedo de parecer un imbécil por que en el fondo todos lo somos, solamente que no todos lo reconocemos."
Continuamos unos metros, él viejo iba tarareando quién sabe qué canción que sonaba como si quisiera seguir los acordes de una guitarra eléctrica muy pesada. Entonces recordé el sueño con el que había despertado y solté la carcajada como en la mañana. El Viejo se detuvo a ver mi ataque de risa, bajó la cabeza e hizo una mueca que podría parecer la mitad de una sonrisa o de disgusto. Nunca lo había visto sonreír así que lo tomé por eso.

miércoles, 17 de abril de 2013

Hipopotomonstrosesquipedaliofobia

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Guerrillosa de las giroturgas sabarogas quetántalos ibantería hacia lo máximal queroncimo. Tendríamos un caballango de naturalilla xenoxinga parapatear pantalibretas y hacer huardillas con lenturijinzas volátiles. Zacatequintas esparantosas y saberoso debajando copiosos ideotangos, que remuerden baratixas derretimias concodriendo pantanosorbo. Un dientefriegotero casiosamsunganguero terribilísimo cabellarango que corre sabanado, sabaroga, sabanterilla y nada de nangas de norajelio.
Queriendo tenteripitar los coralzones de espentapiteras quejidizas, no he pontirijizado remedilios casiopteros de mangochántico porente.
¡FUSILPETARSIL CABALLERANCHO! Fuístemos tan serpitelrios, tantitanques perditorios que ven pero no sacsiopelan las sutilbarrorios de fe, de horroro, de fitocodorniz. Intentan blanquiobañárseles  en tibioroto catapultísima de inqualificante esplendor terroso.

lunes, 11 de febrero de 2013

De paseo

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A Lily

Desde este punto cualquiera que la viera pensaría que se trata de una niña como de seis años. Luego su silueta se desprendería de la tarde que tiene de fondo; y a medida que se acercara la edad estimada iría en aumento. Es la visión de un tiempo que va y vuelve. Que viaja a través de la brisa del mar y le golpea la cara marcándola con brochazos de infancia y madurez, que se le pintan como un lienzo impresionista. Esa playa llena de ilusiones es toda su vida cambiando a cada paso que da. La arena espesa impide que se desplace con facilidad. Unos metros adelante sería una adolescente soñando con la felicidad de sus lecturas de primavera. Pasos atrás podría ser la joven treintañera saliendo de una despedida de soltera en el Oasis Palace, con una botella volteada en la mano escurriendo por su camino. Pero desde este punto se ve como una niña. Cambiante sí, sin tiempo fijo sí; pero a fin de cuentas una niña como de seis años.

Ella recorría el camino de arena. En su andar se encontró con una pieza blanquecina que salía del suelo arenoso, era dura y cóncava. Descartó la idea que fuese el hueso de algún dinosaurio, cosa que casi le convencía, puesto que su madre le había mandado a recolectar conchas, corales, piezas de arrecife, caracoles o cualquier otra cosa que saliera del mar que se pudiera atesorar. Esa debía ser una concha así que la metió en su frasco. Siguió caminando.

A lo lejos veía una gaviota  tratando de sacar algo  del suelo; intrigada corrió lo más rápido que pudo para saciar su curiosidad. La arena  parecía que tardaba un poco más en caer cuando salpicaba  por las apresuradas zancadas de la niña, de la joven, de la anciana, de la joven y luego de la niña otra vez. La gaviota espantada alzó el vuelo. Llegó la niña y retiró el objeto. Era una concha muy rara. Tenía dos tapas, una debajo de otra. Al levantar la de arriba saltaba a la vista a una serie de páginas pegadas entre sí de un extremo. Leyó la primera línea y fue saltando de una en una hasta que acabo leyendo el primer párrafo de la primera página.

"Aristoteles tenía la convicción de que los cuerpos caían más rápido mientras más pesados eran porque era su destino estar en el centro de la tierra donde se encuentran todos los objetos pesados".... "Siguiendo la misma dirección trazada por la ingenuidad aristotélica, cabe cuestionarnos sobre el destino gravitacional de todas las creaciones de la naturaleza, incluida nuestra alma"... "Nuestro espíritu libre de cualquier composición terrosa no aspira a unirse al centro terrenal como si se tratase de cualquier residuo montañoso"... "El destino de las rocas es caer, el nuestro es volar".

Releyó la última línea y alzó la vista al cielo donde la gaviota daba círculos sobre su cabeza, como intentando leer también las páginas de la concha que había sacado de la tierra. "El destino de las rocas es caer, el nuestro es volar". Metió la concha en el frasco y siguió recorriendo la playa.

Entre las personas que acudían a la playa estaban los amigos que habían venido a tomar una cerveza y disfrutar la hora del sol. A ella le faltarían unos tres pasos hacia el poniente para saberlo.  Los veía de lejos, desde la infancia con extrañeza, como quién ve a los fantasmas de su memoria venidera. Espectros familiares bañados por una capa de prejuicios y desconfianza.

Una pelota de colores le cayó a un metro de distancia, era de una pareja que jugaba a la orilla del mar y le hacían señas  para que fuera tan amable y se las pasara de vuelta. La pequeña tomó la pelota y se dirigió hacia ellos. En su curso el velo que cubría a sus amigos con indiferencia por desconocidos se le borró. Creció y se encontró sosteniendo un objeto de colores que recordó divertido. Se detuvo por un momento y miró alrededor, sus amigos empacaban sus pertenencias para irse. Ahora los recordaba, los había conocido el último año de la carrera, el más grande tocaba en una banda con un nombre pretencioso que era alusivo al capítulo de un libro que ella admiraba mucho. Así lo conoció a él y después a su grupo de amigos, gente muy interesante.

 Eran agradables los domingos en que frecuentaban la playa. Uno tocaba la guitarra y otros se prendían y bailaban. Escuchó esas melodías y le dieron ganas de bailar también, estaba muy emocionada. La pelota de colores, pensaba, le recordaba a esos domingos playeros, de cierto modo era un jubilo muy grande, como inflado.

Cambió el rumbo para  acercarse a los jóvenes. Pero la infancia le fue desdibujando la estatura y la cordura al avanzar. Volvió a ser una niña y se encontró con la pareja. Les extendió el balón pero no hicieron caso, estaban mimándola con una amplia sonrisa. La mujer le tocó el cabello y le preguntó su nombre.
 Dijo "Azul, me llamo azul". Esa semana había aprendido los colores en la escuela y recordó estar frente a un cubo de un color fascinante y pronunciaba una y otra vez el nombre hasta que llegó a creer que se trataba del suyo. "Azul" y luego más detenidamente cada parte de la palabra "a..z..ul". Era un color que le recordaba a su lugar favorito: al mar, a la playa, al cielo. Y tenía una convicción casi aristotélica de que al decir azul, todo el azul vendría a ella de manera instantánea. "Es un lindo nombre", dijo la mujer, "si te vemos otra vez por aquí con la pelota podremos gritarte Azul y sabrás que te invitamos a jugar".

La niña tenía que recolectar las conchitas para llenar el frasco así que siguió caminando después de haberse despedido de la pareja.

Dio un paso más y se encontró joven frente a una pieza coralina, estaba pintada y tenía grabado el nombre de un sueño. Es mágico la manera en que se acercan las cosas a uno cuando se pronuncia su respectivo nombre. Habría que conocer el nombre de cada cosa para cuando se le quiera llamar. Hay hilos secretos en el lenguaje que conectan a las cosas con las ideas, al tiempo con el espacio, a las personas con sus distintas realidades; y todo parte de una palabra, de un nombre. Así, apenas leyó la inscripción en la concha fue como jalar uno de esos hilos invisibles que la arrastró por toda la playa hasta caer en un sueño profundo.

Azul, todo lo que soñaba era azul. No era una pared ni un piso ni un techo azul, era tal cual el color en toda su expresión desbordante a su alrededor. La envolvía pero no sentía que la tocara. Era feliz ahí en el color azul. Sin embargo, pese a toda la felicidad que pudiera sentir no era una niña ya y al cabo de unas horas empezó a creer que estaba muerta. En aquel espacio, apenas se le ocurrió esa idea, se escuchó una pregunta roja que le estremeció hasta los huesos y casi rompe su frasco de recolección. ¿Es este el paraíso? Nunca supo el nombre del paraíso. ¿Cómo pudo entonces haberle llamado para que estuviera en el?
Un joven hace tiempo se le habría acercado y habrían discutido acerca de los nombres. Este le habría robado un beso diciendole después "ven, vamos a nombrar el paraíso para luego saber cómo llamarle". Ella lo tachó de loco y corrieron juntos hasta la playa. Pero recordaba, ella había llegado sola.

Intentó despertar inventando un nombre a la playa para regresar y funcionó. El azul se rompió  en una explosión acuosa y la cubrió de tal forma que la sofocaba. Una fuerza desde lo profundo la empujaba hacia arriba. Algunos peces pasaron frente a ella y se veía reflejada en las burbujas que hacían. Se encontró  flotando tranquilamente acercándose a la superficie. Era su destino, lo había leído, volar. Logró salir por fin y dio un respiro hondo, estaba suspendida dando pequeños golpecitos a manera de pataleo  para mantenerse a flote. En la orilla vio a los jovenes acampando y contando historias, a la pareja con su pelota, las gaviotas comiendo de la mano de unos niños y muchos objetos como arrecifes esparcidos por toda la arena. En su mano todavía conservaba el frasco y la concha, esta vez evitó leer la inscripción y la metió junto con las demás.

Llegó a tierra firme y dio un primer paso.  Un aire fuerte le azotó el cuerpo y la tumbó en la arena.  Su frasco cayó al agua y se fue alejando con la marea. Le costó mucho trabajo levantarse y sintió que el golpe le había roto toda la piel y los huesos. Debía ser así, estaba agrietada. Ahora se daba cuenta del error que iba a cometer. Se alejaría a recolectar misterios a la playa otra vez y podía estar ahí otra concha con el nombre de algún sueño del que podría no despertar otra vez. Tenía que saber cómo llamarlo, con qué palabra iba a gritar por su auxilio. La niña se hincó ante el mar que se extendía frente a ella hasta el ocaso. Colocó su mano sobre el agua a manera de caricia y le preguntó su nombre. Ahora había conocido al paraíso y no haría otra cosa que llamarle por su nombre.

viernes, 8 de febrero de 2013

CARTA AL INFINITO

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Viene en forma de una ventana oscura, aparentemente se muestra transparente, pero todo lo que vemos son misterios destellando con luces de locura... Todos los días a la misma hora, cara a cara con el infinito  nos volvemos locos.
La locura de sentirnos insignificantes, pequeños comparados con la nada y el todo que se extienden sobre  pensamientos y nuestras cabezas calvas. ¿Qué es lo que dice la gente? Dice que es grande lo incomprendido y que la experiencia humana viene a ser reducida a una mota de polvo que se agita sin rumbo por el aire. Locura al fin y al cabo.

Es un escenario espantoso encontrarse de frente con una estrella agonizante, preguntarle la hora y descubrir que ella concibe al tiempo de una forma diferente que nosotros. Algunas han presenciado el estallido que volcó este universo en partes enérgicas disparadas hacia la eternidad. Algunas han envejecido y han muerto, y vemos sus espíritus fieles como fantasmas luminosos.
El universo entero se ríe de nosotros por un instante pequeñísimo y aún seguimos escuchando el comienzo de la carcajada.

Sin embargo son almas ciegas las que viven ese pensamiento. La mente sensata ve el cosmos de una manera distinta. Somos minúsculos en tiempo y espacio comparado con los grandes y eternos espectáculos de este universo. Pero a pesar de eso no somos insignificantes... no lo somos.

Hubo un viejo que despertó a media noche durante una tormenta y corrió a cerrar la ventana. Por la presura tropezó y fracturó el vidrio, observó por un instante el fractal que había nacido de su torpeza y en seguida exclamó: "la realidad se ha roto, veo muchas tormentas en esta pequeña superficie de cristal".
Así, al igual que el viejo de la ventana, estamos nosotros presenciando una sola ventana fracturada en múltiples realidades. Multiverso.

Quien ve las estrellas en la noche puede ver una parte del universo perceptible por la vista, quien cierra los ojos puede observar los múltiples universos que se despliegan bajo el alma. En ese espacio sólo hay uno en contra del indiferente andar de los astros. Nosotros, en silencio les decimos a dónde irán a parar, a dónde, cuándo irán a morir. No estaremos cuando eso ocurra, pero ellos, materia y energía, obedecerán por la eternidad a nuestra frágil voz en un espacio y tiempo que corren paralelos a todos los demás.

Una persona es un vértice del multiverso  renaciendo con plena consciencia de sí mismo. Cada nacimiento es un nueva explosión cósmica. Comienza una evolución física y espiritual que le permitirá conectar un mejor universo a medida que interviene y reflexiona sobre la naturaleza misma de nuestra dimensión. Construye un mundo circunscrito en muchos más, se gobierna bajo sus propias leyes y en momentos (si acaso es un momento) en el que se olvida del espacio y tiempo se constituye una singularidad viviendo en los límites de su experiencia mortal. Somos un proyecto de la naturaleza, usado para recalibrar sus valores.

Nuestra plena consciencia en la realidad que descubrimos y nuestra capacidad de tejer múltiples conexiones que den como resultados posibles universos alternativos nos colocan a la misma altura de cualquier evento cósmico. Un planeta no se sabe planeta así viva millones de años más que nosotros, sólo es un conjunto de elementos atados a fuerzas sin la capacidad de comprenderlas; una estrella no percibe los cuerpos a los que se adhiere su calor, una galaxia no tiene consciencia sobre las cosas que lo integran. Las leyes físicas sólo son una serie de herramientas de medición y observación hacia un orden que establecido por una causalidad o "algo" que como los demás astros no alcanzamos a comprender. Pero nosotros describimos ese orden a medida que lo observamos y se diseña en torno a nuestra puesta en escena.

Somos parte de un universo, y a la vez tenemos capacidad para crear o rescatar aquellos muchos más que se pierden en la locura de concentrarnos en lo que tenemos de inmediato. No hace falta pensar cada pequeña parte para lograr una intervención. Con una leve forma del pensamiento se establece un vínculo entre lo posible y lo real que desencadena una serie de verosimilitudes, una conexión interior hacia lo que permanecía latente y desconocido. Tenemos la facultad de pensarlo de esa forma porque quizás en esta realidad que percibimos seamos los únicos seres capaces de reaccionar ante nuestra naturaleza y decidir cambiar la manera en que actuamos. Pero pasamos tan rápido dicen, y lo dicen bajando la cabeza.

Si pensamos en eternidades el concepto de trascendencia pierde todo sentido. Nada es suficientemente trascendental para subsistir al paso de un tiempo moribundo. Debemos pensar en apreciación e intervención para dar lugar a una creación genuina.

Ahora, bajo la sombra universal, miro hacia sus misterios y sé que me invitan a viajar con ellos y descubrirlos. Crearlos, darles vida, porque están solos y no tienen quien los piense. Y andarán por la eternidad con rumbo incierto, inertes, oscuros, despojados a la noche de un universo que se rompe, que se fractura, que se hace muchos y en la multitud de sus caras los condena a perderse para siempre.
No busco una vida eterna, pero sí eternidades en una vida plena.