miércoles, 9 de septiembre de 2009

El camino hacia la niebla

Aunque parecía un grito homogéneo, en realidad fue la percusión de muchos con diferentes motivos. Magdalena, mi hija, ha gritado de susto; mi esposa Daria gritó en desaparición y alguien más en una terrible angustia también gritó. Debido a mi pronta caída, el aire no me alcanzó a tomar un grito. Sin embargo, sé que fue ahogado y ligero, sólo para mí y para la eternidad.

Esa noche me perdí el partido de futbol, la película de la tarde, la primera palabra de mi nieta y algún raspón al deshierbar el pasto. Son cosas que cualquiera podría predecir, sobre todo en mi estado.

El paso del tiempo ha despedido un olor desagradable. En la calle la luz se ensombrece con la venida de la noche. Pasan tan pocas pisadas de gente, de caballos; sólo las hormigas pasan por este camino.

He visto a mi gata envuelta en siluetas ondulantes como cuando el calor se refleja en la lejanía.
No pasó nada al frotarme los ojos, aquellas paredes fantasmales seguían custodiándome. El ambiente se ha embriagado de neblina y nada se ve claro.

A veces, cuando se nos nubla la vista caminamos a tientas para no tropezar. Pero esto es distinto. Los pies en que tocan el suelo y en que se sumergen en una espesura inquietante te hacen preguntarte: ¿no estoy cayendo? Y si lo hago, a dónde y por qué se me impide.
Sentí que una mano me tomaba del hombro, y luego miles, y luego dejé de sentir.
Pero como siempre un cosquilleo como preámbulo de las sensaciones desconocidas y de aquellas desgracias también se hizo presente. Todo lo demás fue luz iluminando la noche más oscura de mi... ¿vida?.

Un ventilador de techo, se difumina, una silueta corriendo, se difumina, árboles corriendo alrededor de mí, se difuminan, un ambiente fúnebre, se esclarece.
De pronto una sonrisa también se dibujó borrando unos labios que caían por el peso de las lágrimas que se colgaban de las mejillas. Era mi hija, no lo podía creer.
Salté de la caja y vi a todos congregados frente a mí vestidos con trajes de luto y caras de susto. Algunos corrieron, algunos cantaron, pero como siempre hubo aquellos que gritaron.
Y aunque me parecía un grito homogéneo, en realidad fue la percusión de muchos con diferentes motivos. Magdalena, mi hija, ha gritado de gusto; mi esposa Daria gritó de consolación y alguien más en una alegría insólita también gritó.

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