viernes, 8 de febrero de 2013

CARTA AL INFINITO

Viene en forma de una ventana oscura, aparentemente se muestra transparente, pero todo lo que vemos son misterios destellando con luces de locura... Todos los días a la misma hora, cara a cara con el infinito  nos volvemos locos.
La locura de sentirnos insignificantes, pequeños comparados con la nada y el todo que se extienden sobre  pensamientos y nuestras cabezas calvas. ¿Qué es lo que dice la gente? Dice que es grande lo incomprendido y que la experiencia humana viene a ser reducida a una mota de polvo que se agita sin rumbo por el aire. Locura al fin y al cabo.

Es un escenario espantoso encontrarse de frente con una estrella agonizante, preguntarle la hora y descubrir que ella concibe al tiempo de una forma diferente que nosotros. Algunas han presenciado el estallido que volcó este universo en partes enérgicas disparadas hacia la eternidad. Algunas han envejecido y han muerto, y vemos sus espíritus fieles como fantasmas luminosos.
El universo entero se ríe de nosotros por un instante pequeñísimo y aún seguimos escuchando el comienzo de la carcajada.

Sin embargo son almas ciegas las que viven ese pensamiento. La mente sensata ve el cosmos de una manera distinta. Somos minúsculos en tiempo y espacio comparado con los grandes y eternos espectáculos de este universo. Pero a pesar de eso no somos insignificantes... no lo somos.

Hubo un viejo que despertó a media noche durante una tormenta y corrió a cerrar la ventana. Por la presura tropezó y fracturó el vidrio, observó por un instante el fractal que había nacido de su torpeza y en seguida exclamó: "la realidad se ha roto, veo muchas tormentas en esta pequeña superficie de cristal".
Así, al igual que el viejo de la ventana, estamos nosotros presenciando una sola ventana fracturada en múltiples realidades. Multiverso.

Quien ve las estrellas en la noche puede ver una parte del universo perceptible por la vista, quien cierra los ojos puede observar los múltiples universos que se despliegan bajo el alma. En ese espacio sólo hay uno en contra del indiferente andar de los astros. Nosotros, en silencio les decimos a dónde irán a parar, a dónde, cuándo irán a morir. No estaremos cuando eso ocurra, pero ellos, materia y energía, obedecerán por la eternidad a nuestra frágil voz en un espacio y tiempo que corren paralelos a todos los demás.

Una persona es un vértice del multiverso  renaciendo con plena consciencia de sí mismo. Cada nacimiento es un nueva explosión cósmica. Comienza una evolución física y espiritual que le permitirá conectar un mejor universo a medida que interviene y reflexiona sobre la naturaleza misma de nuestra dimensión. Construye un mundo circunscrito en muchos más, se gobierna bajo sus propias leyes y en momentos (si acaso es un momento) en el que se olvida del espacio y tiempo se constituye una singularidad viviendo en los límites de su experiencia mortal. Somos un proyecto de la naturaleza, usado para recalibrar sus valores.

Nuestra plena consciencia en la realidad que descubrimos y nuestra capacidad de tejer múltiples conexiones que den como resultados posibles universos alternativos nos colocan a la misma altura de cualquier evento cósmico. Un planeta no se sabe planeta así viva millones de años más que nosotros, sólo es un conjunto de elementos atados a fuerzas sin la capacidad de comprenderlas; una estrella no percibe los cuerpos a los que se adhiere su calor, una galaxia no tiene consciencia sobre las cosas que lo integran. Las leyes físicas sólo son una serie de herramientas de medición y observación hacia un orden que establecido por una causalidad o "algo" que como los demás astros no alcanzamos a comprender. Pero nosotros describimos ese orden a medida que lo observamos y se diseña en torno a nuestra puesta en escena.

Somos parte de un universo, y a la vez tenemos capacidad para crear o rescatar aquellos muchos más que se pierden en la locura de concentrarnos en lo que tenemos de inmediato. No hace falta pensar cada pequeña parte para lograr una intervención. Con una leve forma del pensamiento se establece un vínculo entre lo posible y lo real que desencadena una serie de verosimilitudes, una conexión interior hacia lo que permanecía latente y desconocido. Tenemos la facultad de pensarlo de esa forma porque quizás en esta realidad que percibimos seamos los únicos seres capaces de reaccionar ante nuestra naturaleza y decidir cambiar la manera en que actuamos. Pero pasamos tan rápido dicen, y lo dicen bajando la cabeza.

Si pensamos en eternidades el concepto de trascendencia pierde todo sentido. Nada es suficientemente trascendental para subsistir al paso de un tiempo moribundo. Debemos pensar en apreciación e intervención para dar lugar a una creación genuina.

Ahora, bajo la sombra universal, miro hacia sus misterios y sé que me invitan a viajar con ellos y descubrirlos. Crearlos, darles vida, porque están solos y no tienen quien los piense. Y andarán por la eternidad con rumbo incierto, inertes, oscuros, despojados a la noche de un universo que se rompe, que se fractura, que se hace muchos y en la multitud de sus caras los condena a perderse para siempre.
No busco una vida eterna, pero sí eternidades en una vida plena.

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