Tal vez no te acuerdes, pero ahí estabamos los dos en las escaleras de Odesa, donde suceden las cosas trágicas; yo sentado y tú de pie a punto de irte. Y los demonios de todas clases y razas nos veían, y algunos incluso detenían sus lecturas shakespeareanas para reirse de nosotros. Yo sostenía en mis manos los pedazos de mi corazón partido a la mitad. Un pedazo, era claro, te correspondía a tí. Y el otro, no sé; nunca sentí que fuera del todo mio tampoco, ni tuyo, ni de nadie.
Recorriste toda la escalinata mientras los soldados, las carreolas, los juguetes con los que nos conocimos, las casas de los amigos que frecuentábamos, los viejos, los niños, todos y todo caían en detalle lento empujados por el horror de una idea, del miedo. Llegaste a la calle, aún bajaste hasta ser una con el horizonte y ellos seguían suspendidos en el aire bélico y la expresión de todos era como de una vida que se va.
Los demonios por su parte se mofaban del instante en que todo quedó en la memoria y el eco de sus voces se escuchaba eterno. No había nada más que hacer, dejé la única pieza de mármol labrado que me quedaba del corazón en un peldaño, quizá aquél en donde le dimos la espalda a todo. Tal vez no te acuerdes, pero existes, te haces presente en una idea terrible. Y si, a pesar del terror que provoca se puede pensar, es por que vives en ella.
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