Libreta de creaciones / invenciones, reflexiones, revelaciones, etc. Nadando a través de mares desconocidos con un pez en la cabeza.
martes, 10 de agosto de 2010
Esos locos no tan bajitos
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atajos
A menudo suelo pensar en la infancia, en la propia y lo que envuelve vivir en ese pequeño mundo cuerdo. Sí, por que difiero con Serrat que les llama "locos bajitos". Para mí los niños son las personas más cuerdas de este mundo, y algo hay en el cerebro que con el tiempo nos volvemos cada vez más locos hasta aceptar este mundo de adultos que hemos construido ciegos en nuestra locura. Quizá no concuerden conmigo pero tal vez si voltean hacia algunas decisiones que han tomado podrán darse cuenta que había locura involucrada. La senectud, creando un ambiente tan reflexivo podría ser la única cura posible para este tipo de locura del que padece nuestra sociedad adulta. Esta idea ha ido evolucionando. Una vez sentado en el portón de una cafetería colonial se nos acercó un pequeño ofreciendo sus servicios de boleador. "Es una locura poner a trabajar a un niño", protestó una amiga. Ambos despachamos al niño con un ademán y ella además le regaló unas monedas. Es una locura poner a los niños a hacer cosas de adultos por que los adultos estamos locos. "Por eso no tendré hijos", le confesé, "por que los niños casi siempre, en el peor de los casos, crecen y se incorporan con tristeza en este mundo de locos que hemos construido". Ella se quedó pensativa quizá recordando sus épocas más lúcidas y me contestó: "quizá esos pocos años de cordura que nos traen los niños valgan la pena". Aún esta tarde sigo pensando que tiene razón. Mientras convivimos más con ellos, el tornillo que se nos afloja con la edad se compone aunque sea por un instante. Vivimos peleados siempre con nuestro niño interno, quizá otro síntoma del desvío mental que sufrimos, todo en aras de un "sano madurar". Pero madurar no significa despojarse de él, eso sería algún tipo de suicidio, perderse por completo; significa poder convivir con nuestra infancia aún en una edad adulta. La verdadera madurez concilia el hecho de que nunca dejamos de ser niños, por que todos extrañamos o anhelamos la edad en la que alguna vez gozamos de una íntegra salud mental.
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