lunes, 23 de agosto de 2010

Pásame esa guitarra muchacho

Muchacho, he visto pocas como esa en mi vida. La madera suave y el sonido, ¡oh el sonido! Cuántos veranos sin música mía, sin mis dedos hinchados y mi garganta raspada. Las hormigas se han colmado de mi carne y me he quedado en la banqueta escuchando el eco de una Iva Zanichi cantando melancolías, ahogándose con el ruido del motor. Pásame la guitarra muchacho, grita un gaucho vagabundo hundido en un charco que ha crecido con estas lluvias de septiembre. A veces es sólo una sombra que ríe pisoteada por unos mocasines y otras no es más que mi reflejo. Pásame la guitarra muchacho que quiero romper en llanto, quiero arrancarle las cuerdas en un flamenco iracundo. Ya la memoria no tiene patria, quizá fueron muchas las naciones en que la fui perdiendo, quizá fueron las caídas. A la moza extranjera se le ha caído un penique. Aquella imagen en el agua se mueve, desaparece y ahora palpita en una pequeña moneda de plata. Este es el precio de un vaso de aguardiente, el único precio que conozco. Ese tabernero me decía que no todo tiene un final feliz, como en las canciones, que los aplausos mientras más fuertes crean aires que te pueden tumbar. Y cómo duele no poder levantarse y duele aún más que la miro y no la puedo tocar, y que te pido esa guitarra muchacho y que te la has de llevar.

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