La naturaleza de los fenómenos del universo corresponde a cuestiones científicas. Sólo podemos quedarnos con las consecuencias de todo el entramado de sucesos que nos destrozan un día o bien, nos ayudan. Aunque son pocas las ocasiones en que la casualidad (si lo queremos llamar de una forma, aunque sea la más ingenua de todas), nos conduce hacía destinos favorables.
Un ejemplo sería aquella señora ama de casa que al estar cocinando, su pequeña de cinco años que veía la tele se distrae en los anuncios y ve al carrito de los helados pasar por la ventana. La pequeña en su deseo de embarrarse el mentón de una fría capa de manteca endulzada, abre la puerta dejando salir a Fifi, el perrito terrier de la familia. La mamá, como es natural, se asusta cuando siente aquella brisa caliente de mayo y ve a su hija encaminada a lo que para ella sería un posible y atormentador encuentro con la calle.
Toma a la niña y con ese mismo movimiento cierra la puerta dejando al pobre perrito a su suerte. Pasan unas horas y se cansa de esperar en el rellano de la puerta principal, por lo que decide incursionar por el barrio para defecar. Tiempo después la familia encuentra a Fifi, pero el residuo fecal sigue decorando una banqueta de la gran urbe.
Y lo demás está de más, todo mundo sabe que los zapatos tienden a embarrarse de esas cosas, y así sucedió con unos Florsheim nuevos, encargados de Italia, de piel de avestruz y cordones de lino. Obviamente el portador de aquél ostentoso calzado no tenía idea de la programación de la tele, ni del horario de cocina de la madre, ni del antojo de la chiquilla, ni del perrito terrier olvidado. Él sólo fue víctima de aquél desastre fenomenológico.
Pasamos por una calle y vemos un accidente, uno nunca se imagina qué llevó al conductor a cometer un volantazo hacía el carril opuesto. Quizá la persona al pisar el excremento se fue para atrás del susto y la persona que conducía el coche, con miedo de que cayera al pavimento y lo arrollara, dio aquél inesperado movimiento. Lo que sucede fue que el conductor está ahora en el hospital, es un chavo de apenas 18 años que acababa sus estudios en la preparatoria. La noticia llegó a oídos de la chava que estuvo pretendiendo desde segundo semestre y que al darse cuenta de la fragilidad humana ha caído en cuenta de que realmente lo ama y decide pasar las tardes con él, acompañándolo en su enyesada desdicha. ¡Caray! Esa niña sí que es una Cupido.
Uno no puede ver como están acomodadas las fichas; uno no puede ver como están colgadas las piezas de la delgada línea del destino; ni podemos ver hacia donde conducirán nuestras pisadas, nuestro abrir y cerrar de puertas, los tropiezos y los estornudos. No podemos verlo por que a veces se nos nubla la vista y estamos a tientas, y parecemos borrachos o bien enamorados. Y es ahí cuando sacudimos el tablero y arruinamos la jugada, nos recargamos en el hilo y arrojamos las piezas a otra suerte. La naturaleza del universo material es una cuestión científica, y tendríamos que ser hombres y mujeres de ciencias para entenderla y ser magos para poder controlarla, entonces ¿qué podemos esperar después?
No hay comentarios:
Publicar un comentario